Waugsbury rezongaba aquella mañana perdido en el horizonte que se divisaba desde el malecón de Pacasmayo. Tendido sobre el camastro de aquella vieja pensión, no dejaba de acariciar el suave tacto de la cubierta de su agenda de viajes ANTARA.
Sus pensamientos viajaban entre la reflexión y el recuerdo.
El día anterior uno de sus más viejos camaradas, el Doctor Quilcate, había dado cumplimiento a una de las más antiguas promesas que Waugsbury le tenía aun por cobrar. Quilcate le había mostrado, por fin, el museo particular de Guacos que mantenía oculto en los sótanos de su casa familiar.
Entre el conjunto maravilloso de pequeñas estatuas, la mayoría en terracota, destacaban especialmente dos. Una de ellas era el guaco denominado “el acróbata”. Una pieza verdaderamente excepcional, no solo por su perfecta manufactura, sino sobre todo por el hecho de su antigüedad. Aquella mágica obra de arte databa de los tiempos en los que se estaban construyendo por primera vez las murallas de Jericó.
El segundo guaco que llamó poderosamente la atención de Waugsbury no gozaba de la espectacularidad del anterior. No se hallaba protegido bajo intensos focos de infrarrojo, ni su vista se realzaba bajo ninguna urna central, como era el caso del Acróbata.
El Lector viajante
Es más, “El lector viajante”, tal era el nombre de aquel guaco, se mostraba semioculto en la segunda fila de una de las estanterías cercanas al techo de la habitación. Lo que poderosamente llamaba la atención de Waugsbury era que aquel pétreo lector parecía ojear una especie de libro en cuyo lomo se leía ANTARA.
Cuando le conté a Quilcate que mi propia agenda de viajes obedecía a la misma marca, lógicamente no me creyó. Cuando le mostré allí mismo a mi amigo Quilcate la agenda ANTARA que siempre me acompaña, lógicamente no me pudo creer. Y cuando le expliqué el proceso artesanal y complejo que lleva consigo la manufacturación de cualquier producto ANTARA, todo un ritual de sentimientos y sensaciones puesto al servicio de la pureza y nobleza de los materiales, en contra de toda lógica Quilcate , entonces, me creyó.
Aquella libreta que ojeaba la figurilla mostraba un enorme y extraño parecido con mi agenda de viajes ANTARA. Esto me hizo pensar que mi querida amiga Alicia, había tenido ocasión de contemplar esta figura para inspirar sus diseños. En estas reflexiones me encontraba cuando Quilcate me interrumpió:
– Querido Wilson, se lo que estás pensando en estos momentos y antes de que te enredes, permíteme decirte que lo que está ocurriendo en estos momentos simplemente no tiene explicación.
La figura que estás contemplando no se encuentra semiescondida por casualidad, sino por la imposibilidad, no ya de su catalogación sino incluso de la mas mínima explicación. Se trata de una pieza tallada en un mineral desconocido o al menos, si así lo prefieres, pendiente aún de clasificación.
Fue recogida entre la ceniza de un meteorito que cayó cerca de Chiclayo no hace más de un mes. No sabemos aún si fue el cráter que provocó el meteoro lo que causó el descubrimiento del yacimiento de donde procede este huaco o si, como algunos entendidos empiezan a sostener, esta pieza procede del espacio exterior.
Lo único que se puede afirmar es que este guaco tiene una antigüedad fuera de la dimensión temporal humana. Resulta imposible que ningún ser humano la haya podido contemplar. Y desde luego, tu querida amiga tampoco.