Sabía que su nombre era Waugsbury porque así rezaba la portada de su inseparable cuaderno de viaje. Mientras huía a través de la inexpugnable maleza de la selva congoleña, tratando de evitar ser presa de cazadores antropófagos, nuestro explorador ya no recordaba nada, nada, salvo que aquel suntuoso cuaderno que aferraba con su mano, era nada menos que un ANTARA, y eso (ignoraba la razón) le infundía una enorme sensación de seguridad.
Lord Waugsbury había logrado ser el único superviviente del ataque nocturno a su campamento, sabido es de todos que los Ngoros no hacen prisioneros. En su huída había anotado en una de las páginas de su libreta los últimos datos de su situación y sabedor de que el veneno de aquella flecha que le alcanzó pronto le haría perder la memoria, con su dedo untado en sangre había bosquejó el recuerdo de su destino en las páginas de su Cuaderno de Viaje ANTARA, probablemente el único objeto de escritorio conocido que admite sin deterioro alguno todo tipo de transcripción.
Semanas mas tarde, siguiendo el rastro del Doctor Waugsbury, encontramos su cuaderno de viaje expuesto sobre unas rocas del recóndito macizo Mutiu. A pesar del tiempo transcurrido, del maltrato físico a que sin duda aquel cartapacio había sido sometido y el defectuoso material tintado que había sido utilizado para escribir, (luego supimos que se trataba de la propia sangre de su autor) llamó nuestra atención la nobleza de aquel bello objeto que resistiendo los avatares de su exposición a la intemperie, aun seguía siendo lo suficientemente atractivo y suntuoso como para que el destino del insigne aventurero Dr. Waugsbury quedara indeleblemente plasmado. Por supuesto plasmado en las magníficas páginas color crema de su legendario Cuaderno de Viaje ANTARA.