Lord Waugsbury se banboleaba recostado sobre la jiba del dromedario que le transportaba a través de las arenas contiguas a las grandes Pirámides, manteniéndole a buen recaudo de la tortura de ascender para luego tener que descender las dunas del desierto que transitaba.
Lord Waugsbury extrajo del bolsillo de la sahariana su agenda ANTARA, la misma que su esposa le había obsequiado justo en los muelles de Londres al partir, sabedora de que era precisamente ese objeto la mejor manera de mantenerse a su lado durante una expedición que Dios sabia durante cuanto tiempo le iba a mantener alejado de su compañía.
Lord Waugsbury apoyó su ANTARA en el regazo para tomar nota de algunas reflexiones y al abrir uno de los múltiples apartados de aquella legendaria agenda (aquel nombre no le agradaba al Lord, para el, sin duda, se trataba de “un cuaderno de viaje”), comprobó que cientos de granos de la fina arena del desierto, corrían de arriba abajo para perderse en el aire y regresar a su desértico origen natural. Las blancas páginas de color crema motivadas con diferentes iconos viajeros, quedaron resplandecientes, completamente planchadas y dispuestas para recibir cualquier tintado mensaje que Lord Waugsbury quisiera sobre su superficie impresionar.
“Curiosa manufactura adopta este compañero de papel y piel” pensaba el explorador “ es ligero , se nota cosido a mano y tan flexible y manejable que se diría hasta frágil, pero nada mas alejado de la realidad. Este cuaderno de viaje ANTARA “ se le oyó decir a Lord Waugsbury “es como la arena del desierto: imperceptible y cómodo mientras esta guardado y en reposo y atractivo y suntuoso cuando lo tomas en tus manos. Además de indestructible y absolutamente imposible de suplantar, como la arena del desierto”